7 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. La Caída"

- ¡Ey! ¡Estos la hacen bosta!- pensó Sisi Varela a los pocos segundos del primer tiempo. 
Pero no sólo lo pensó: lo sintió, lo sufrió y lo dijo. La frase fuera de su boca retumbó como una explosión en un galpón abandonado. El grito desairado de Sisi pudo escucharse discurriendo entre los alaridos de las miles de gargantas que alentaban al equipo de sus amores. Sus palabras derrotadas tironearon de la camiseta a todos sus compañeros, e incluso a sus adversarios. Dos, tres, cuatros toques y un pique en profundidad habían derrotado precozmente al héroe, al mejor, al abanderado de las esperanzas en el Atlético. Sisi había claudicado en el momento cumbre de su destino. Había silenciado el corazón de quienes creían que él, con su sola condición de ídolo, había regresado del más allá, de la misma gloria, y ahora, conociendo el camino, hacia allí los llevaría. Pero Sisi Varela hirió de muerte a su carrera, por saber manejar sus piernas, pero no su lengua.