30 de mayo de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. El 13"

El amor ojos celestes llora. El amor ojos celestes ríe y se burla. El amor ojos celestes vuelve a buscar lo que nunca dejó. El amor ojos celestes grita y acusa al criminal por el robo, por la muerte, por el olvido. Lo declara culpable. El amor ojos celestes abre la herida con desesperación y la rellena con placebos de recuerdos. El amor ojos celestes tiene garras en los labios. Sisi no aguanta más, aúlla desesperado, y despierta para darse un certero disparo de vigilia.

27 de mayo de 2011

a propósito de "Corajito"

Creo que terminé de perderla una noche en que la luna no tocaba el piso.
Caminaba Güemes volviendo a casa, por una vereda que de rota obligaba a ir derechito por el cordón, o amurado a la pared. Con cada paso pensaba que quizás la siguiente sería la cuadra del encuentro, o de la pérdida definitiva. Casi llegando a la curvita de Los Infernales, al pasar frente a una ventana abierta, se prendió una luz pálida, flojita, casi un reflejo de luciérnaga. Inmediatamente, llegó desde dentro un grito que me entumeció la espalda y me obligó a apurar el paso para cruzar la calle de un salto.
-¡¿Quen anda nai´?! – dijo alguien, preguntando y advirtiendo a la vez.
-¡Que mierda te importa, che vieja culiada! - le grité mientras empezaba a correr buscando esconderme en la oscuridad de la esquina.
Automáticamente supe que en mis bolsillos ya no quedaba ni poquito de caballero.

23 de mayo de 2011

a propósito de "Fin de fiesta"

Apenas si podía abrir los ojos. Ni bien se despertó, una profunda puntada le recorrió la parte baja de la nuca. La primera reacción fue insultar al dolor, pretendiendo analgesia. Convencida de que no funcionaría, decidió levantarse. La puerta estaba inusualmente cerrada, pero no reparó en el detalle. Estaba más bien ocupada en mantener el equilibrio, sacarse el flequillo de los ojos, y remover el pegote de lagañas que se le empastaba con los rastros de delineador.
Pensaba en ir al baño a enfrentarse cara a cara con el espejo, pero el ruido del agua corriendo en la pileta de la cocina le hizo cambiar el rumbo. Pasó por la puerta del otro dormitorio, vio que estaba entreabierta, y se preguntó si su amiga estaría sola, o con el amigo de José. Se inclinó por esta segunda opción. Por lo general a Eva se la escuchaba roncar con un soplido bajito, lo que servía para poder definir si estaba en la casa o no. Si bien el silencio total le llamó la atención, más aún le pellizcaba la duda sobre el agua en la cocina.
Siguió caminando por el pasillo, cruzó el comedor, llegó a la entrada de la cocina y se asomo bien despacio por el marco de la puerta. Se encontró con la espalda del Pelado, parado frente a la pileta, refregando algo bajo el chorro. Ver al Pelado la relajó por completo. Se le ocurrió putearlo por lo que consideró un susto, pero prefirió acercarse a buscar un beso. Se le arrimó despacio, lo abrazó por atrás, y apoyó la oreja en su espalda. Sintió que su chico respiraba raro. Lento, pero entrecortado. Supuso que sería secuela de todo lo que habían fumado durante el cumpleaños. El Pelado movía los brazos lentamente, y sus manos seguían refregando algo bajo el agua, que continuaba cayendo desde la canilla, y ya empezaba a juntarse en la pileta.
- Eva sigue desnucada – le susurró al oído, cómplice. A esa hora, por lo general, le gustaba sentir a su novio adentro un par de veces, antes de empezar el día.
- Si – contestó el Pelado - Eva murió.
- Sep, como siempre. – respondió sin pensar mientras se asomaba hacia la pileta.
Dos segundos fueron los que tardó en ver las manos del Pelado llenas de sangre. Lo mismo que tardó en darse cuenta y pegar un alarido aterrador.

18 de mayo de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. Parte 12"

La cinta de capitán se le cae por el brazo a Sisi, y termina en su muñeca. Las medias flojas se amontonan en los tobillos flacos de Sisi. La camiseta sobra por todos lados y embolsa el aire. El pantalón corto está cerca de convertirse en túnica. Cada pique es un calvario. Cada cambio de ritmo es la misma muerte. Sisi no puede respirar profundo. No puede cambiar el aire. Es Sisi el que no puede cambiar. De aquel Sisi campeón quedan sólo recortes de diarios y sensaciones. Ahora Sisi está flojo de méritos y, solo frente al arco, sueña con volver a ponerla junto al palo.

16 de mayo de 2011

a propósito de "Mesa para ocho" (Cap. 4)

Matías y Vale hace bastante más de dos años que están juntos. Hace un tiempo que las cosas ya no son como al principio. Ahora todo es más premeditado. Ahora todo es más cuadrado, más lineal, más planificado, más aséptico, más sintético. Todavía falta un rato largo para que lleguen los invitados, pero la cocina ya está limpia, la mesa está puesta, la heladera tiene la comida presta para que sólo sea necesario sacarla, darle un golpe de horno, y servirla. Entrada, plato principal y postre. Todo listo, todo lindo, todo rico. Como siempre. Por cosas como esta es que las reuniones son en casa de Mati y Vale. Es por eso que todos se sienten tan bien cuando los visitan. Es como vivir en un hotel, pero con amigos. Se disfruta, se siente cómodo. Excepto porque Matías y Vale hace rato no se miran como Matías y Vale. Los últimos encuentros no fueron como los primeros, como cuando Vale hacía incomodar a su chico tocándole el culo delante de todos, o cuando él le agarraba las tetas y las hacía hablar para divertir a los invitados. Hace muchos encuentros que el servicio va mejorando cada vez más, y ellos se acercan cada vez menos. Sus amigos lo hablaron con él. Su amiga lo habló con ella. Está todo bien. No pasa nada. Sólo está cansado de la lógica del día a día. Sólo está cansada de esperar lo que se supone alegra el día a día.
Matías está viendo el partido del sábado en el living. En el baño, Vale se depila lo que no pudo el viernes. Suena el teléfono en el entretiempo. Mensaje de Andrés. Dice que está muy enfermo, no puede levantarse. Pide las disculpas del caso. Promete visita la semana siguiente junto con Caro. Suena el teléfono en el baño. Nati suspende. Surgió algo con Seba. Las cosas están complicadas. Vale lo sabe y no se anima a recriminarle nada a su amiga de toda la vida. Ella, piensa, todavía tiene la chance de arreglar sus cosas. Suena el teléfono en la pieza. Walter cancela. Tiene dos botellas de vino, un kilo de helado y a la negra en bolas en la cama, con unas ganas de coger que no admiten  explicaciones. Matías lo manda a cagar, pero sabe que el lunes van a ir a jugar al fútbol y todo será como siempre.
Vale apaga la depiladora. Matías apaga el televisor. Es temprano todavía. Es una buena ocasión para volver al principio, a hacer las cosas como si fuera la última vez. Vale pasa desnuda junto a la cama, y se acuesta. Matías ya se durmió, y vaya a saber con qué estará soñando, porque tiene la pija a pleno bajo la sábana. Vale se aferra a esa erección como quien se aferra a los recuerdos de un pasado que siempre fue mejor. Se duerme hundiéndose un par de dedos entre las piernas.
Mañana habrá tiempo de guardar cada cosa en su lugar.  

13 de mayo de 2011

a propósito de "Mesa para ocho" (Cap. 3)

Walter y Verónica empezaron a prepararse hace un rato largo. Él desde su trabajo, y ella desde el suyo. El monitor de la computadora mostró el primer aviso a las once de la mañana. Vero termina su turno a las tres de la tarde. Walter saldrá después, cerca de las seis. O al menos es lo que cree. Cada uno desde su lugar recorre el espacio virtual para recordar momentos. Él sabe muy bien cómo hablarle al oído para que ella apriete las piernas intentando contenerse. Ella sabe muy bien qué decirle para que él no pueda ocultar la erección. Lo tienen tan claro, lo practicaron tanto, viven tan intensamente el sexo desde hace ya un año, que pueden empezar con el juego en una sesión de Chat como si estuvieran cara a cara.
Vero le dirá que él nunca se animó, pero no le dirá a qué. Walter, intuyendo, comenzará a rondar por distintas opciones de respuesta. Cerca de las doce del mediodía, no habrá hecho ni la mitad de las cosas que tenía pendiente en la oficina. Ella, por su parte, no habrá completado ni la tercera parte de las llamadas que tenía pautadas para ese día. Walter dirá una y mil cosas. Le preguntará por el juego con las lenguas, por las caricias en la pierna, por los besos en los pezones, por el sexo oral, por las mordidas, por uno, dos, tres, cuatro dedos masturbándola, por el aceite en el cuerpo, por la frutilla remojada en su vagina, por las tres falanges del dedo mayor hurgándole el culito, por la cocina, por el living, por la pieza, por el baño, por el balcón, por la silla, por la mesa, por el placard, por las cachetadas en la cola, por los tirones de pelo, por las manos atadas, por la boca tapada. Vero se pondrá colorada, sentirá ese calor tan particular subiéndole por el cuerpo bajo el traje sastre, sentirá una catarata entre las piernas, se rozará un pezón pretendiendo casualidad, le escribirá a Walter que es un hijo de puta, le dirá que no tiene idea del desastre que acaba de generarle bajo el pantalón, levantará la vista para ver que son las dos de la tarde y todavía no hizo nada de lo que le encargó su jefe, y le responderá que sí al último comentario de Walter.
Él atrasará su horario de almuerzo, avisará que saldrá para volver a las en punto, y tomará el primer taxi que pase por la puerta. Llegará al departamento de Vero, y cumplirá con su promesa de cogerla desde la puerta hasta el dormitorio, sin levantarla del piso. 

a propósito de "Mesa para ocho" (Cap. 2)

Seba y Nati están juntos desde hace poco más de 6 meses. Aceptaron la invitación sin estar convencidos de tener ganas, pero sabiendo que es el momento de fortalecer la relación. Estuvieron separados los últimos días, después de plantearse si realmente podían continuar juntos. Cansados de discutir, uno de ellos dijo basta, pero volvió. Hoy están mejor que nunca. Volvieron a encontrarse. Volvieron a sentirse. Ahora, prometen, no volverán a equivocarse. Ahora, aseguran, no reprimirán nada. Seba salió antes del trabajo para sorprender a Nati. Ella está lista porque siempre está lista. A él le falta todo, porque siempre le falta todo. Los primeros besos son, en estos días, como pequeños hurtos sin culpables. Son como el “pan-queso” de los partidos en la canchita del barrio. Son quitados con permiso. Son apenas insinuados, casi con culpa, casi esperando respuestas. Si  me besa, lo beso. Si me besa, la beso.
Nati ama profundamente la música. Está todo el tiempo acompañada por ella. Ahora escucha a su solista preferido. Se deja llevar por el espíritu pop del sonido. Ella se siente pop, ella se siente estrella. Así vive, así siente. Sebastián baja las luces ni bien llega, la abraza por atrás, y baila con ella. La besa en la mejilla, le muerde el lóbulo de la oreja, le recorre el cuello con la lengua, le acaricia las tetas, la apoya fuerte en el culo, para que lo sienta, le mete la mano debajo de la calza negra, la lleva contra la pared, la hace girar, le busca la boca, y la besa tan profundo que los dos pierden el equilibrio y caen en picada hasta el suelo. Seba y Nati van a llegar a tiempo, después de recoger la ropa, después de bañarse, después de llegar, juntos, una y otra vez.

10 de mayo de 2011

a propósito de "Mesa para ocho" (Cap. 1)

Caro y Andrés se conocieron hace relativamente poco. Salieron dos o tres veces con amigos, un par de llamados y algún que otro encuentro en un bar. Suponen no más de un mes y medio. Andrés llegó a la casa de Caro un buen rato antes de lo acordado. Por teléfono le había adelantado que no se sentía bien, que seguro una gripe le estaba sobrevolando el cuerpo. Ella le recomendó un té de hierbas infalible para la dolencia, pero complicado para el hígado. Él aceptó la prescripción, pero prefirió la ingesta en la compañía de Caro. Sólo por si las dudas. Sólo por si la excusa.
Ella todavía ni siquiera pensó en prepararse para la salida. De hecho, aún está en pijamas desde que se levantó de la siesta. Abre la puerta, saluda a Andrés con un beso en el borde de los labios, y lo invita a conocer la casa. La cara del visitante está caliente. Mitad por la fiebre que va ganando lugar, mitad por la voz de Caro en el portero. Andrés mira a la anfitriona de espaldas en la cocina mientras prepara el té. El pijama es largo de mangas y de piernas, pero fino, casi transparente, poco más que un aplique, una decoración en el cuerpo de Carolina.
Caro y Andrés no tuvieron sexo aún. Es muy pronto, según ella. No es un problema, según él. Sin embargo, cada beso que se dan es una marea de fuego. Basta que sus lenguas entren en contacto para que una descarga eléctrica se dispare a lo largo de sus sistemas nerviosos. Una fuerza continua les recorre cada extremidad, revienta en una marejada en la bombacha de Caro, y genera una rigidez que duele bajo la bragueta de Andrés. Todavía falta para que sea la hora de salir. Es el momento justo para recostarse en el sillón del living, y friccionar cuerpo contra cuerpo la superficie de la ropa que no soltarán ni el uno ni la otra, pero que recibirá todos los repliegues de las idas y vueltas, y la humedad de cuanto amor líquido pueda segregar una relación incipiente.

5 de mayo de 2011

a propósito de "La visita"

Hola, no te esperaba. No, tampoco yo. ¿Todo bien? Hace mucho no sé de vos. Todo bien, supongo. Ya sabés que me incomoda un poco esa pregunta. No que me la hagas, sino la pregunta. Si, ya sé: una forma de mierda de decir algo cuando no sabés qué. Si, eso. ¿Querés pasar? No, está bien. Seguro no estás sola. Contáme, ¿para qué viniste? Sólo vine, quería saber de vos, verte, hablar con vos, y viste que los teléfonos… Si, una forma de mierda de buscar tema de charla para no cortar. Si, eso mismo. ¿Y por qué querías verme o saber de mí? Digo, ahora. Porque sí. ¿Así nada más? Sí, así nada más. Bueno, pasa entonces. No, está bien así. ¿Vamos con lo mismo de siempre? No. ¿Entonces? Yo a vos te amo, y lo sabés. Sí, lo sé. Lo nuestro pasa por otro lado, ya lo hablamos. Está bien, pero vos elegís no estar conmigo a pesar de decir que sentís lo que sentís. Sí, es así. Repito ¿Entonces? Nada, Juli, sólo necesitaba verte y hablarte. ¡Pero no estás diciendo nada, Lore! Juli... estoy embarazada. 

2 de mayo de 2011

a propósito de "Coger por amor"

Eri no es una chica más entre todas las chicas. Está enamorada, y siente que esa condición es la que la diferencia del resto de sus amigas. Hace horas se está mirando en el espejo. Se mira, se repasa, se controla, se examina, se toca, pone todo más acá o más allá, según le parezca. No deja detalles al azar. No puede. Ya demasiado hizo el azar por ella al comienzo de todo. A pesar de saberse escultural, necesita hacer un esfuerzo extra. Así es ella, así se enfrenta con la vida, así despierta miradas.
Está convencida de que lo que siente es amor, y no capricho, como le dijeron. Cómo podría ser un capricho el dormirse y despertarse con él en su cabeza. No podría estar encaprichada si lo que la empuja son las ganas de cruzarlo en algún bar, en alguna esquina, en algún hotel. No, lo que ella siente es amor.
Lo conoció hace poco, sólo dos semanas, cuando empezó el curso de inglés. Él estaba justo detrás, esperando su turno para entregar los papeles de la inscripción. Desde ahí puso en su lugar a la encargada de admisiones cuando no quiso tomar la ficha de Eri por no tener su documento. En realidad, Eri nunca tiene su documento. Ni en ese momento, ni en ningún otro. Él insistió, y después negoció. Eran dos inscriptos, o ninguno. Nadie había apostado así por Eri, y menos aún con una mirada tan limpia, tan simple, tan transparente.
Eri se mira nuevamente en el espejo, se acomoda por última vez, y sale. Está enamorada, y tiene la confianza necesaria para declararlo en su escote, en el ida y vuelta de su cadera, en la altura de sus tacos, en el rojo de sus labios, en lo dulce de su perfume. Él sólo sale de su rutina con una colonia que encuentra bajo la pileta del baño. Seguro es de su hermano. No importa. El resto es jean y zapatillas bajo la primer remera que encontró en el cajón. Es su estilo, es su forma: combinación azarosa. A veces más suerte, a veces menos.
Eri va a llegar 15 minutos antes al encuentro. Va a sentir cosquillas debajo de la panza mientras lo espera. Bien debajo. Tiene chicles en la cartera. Tiene cigarrillos. Tiene una pija que roza los 25 centímetros, y que sólo se despierta cuando coge por amor. El elástico de la tanga le raspa y la excita.
Él no lo sabe, y por eso camina tranquilo, con las manos en los bolsillos. No imagina que esta noche entenderá cuánto hay que sacrificar en nombre del amor.