13 de mayo de 2011

a propósito de "Mesa para ocho" (Cap. 3)

Walter y Verónica empezaron a prepararse hace un rato largo. Él desde su trabajo, y ella desde el suyo. El monitor de la computadora mostró el primer aviso a las once de la mañana. Vero termina su turno a las tres de la tarde. Walter saldrá después, cerca de las seis. O al menos es lo que cree. Cada uno desde su lugar recorre el espacio virtual para recordar momentos. Él sabe muy bien cómo hablarle al oído para que ella apriete las piernas intentando contenerse. Ella sabe muy bien qué decirle para que él no pueda ocultar la erección. Lo tienen tan claro, lo practicaron tanto, viven tan intensamente el sexo desde hace ya un año, que pueden empezar con el juego en una sesión de Chat como si estuvieran cara a cara.
Vero le dirá que él nunca se animó, pero no le dirá a qué. Walter, intuyendo, comenzará a rondar por distintas opciones de respuesta. Cerca de las doce del mediodía, no habrá hecho ni la mitad de las cosas que tenía pendiente en la oficina. Ella, por su parte, no habrá completado ni la tercera parte de las llamadas que tenía pautadas para ese día. Walter dirá una y mil cosas. Le preguntará por el juego con las lenguas, por las caricias en la pierna, por los besos en los pezones, por el sexo oral, por las mordidas, por uno, dos, tres, cuatro dedos masturbándola, por el aceite en el cuerpo, por la frutilla remojada en su vagina, por las tres falanges del dedo mayor hurgándole el culito, por la cocina, por el living, por la pieza, por el baño, por el balcón, por la silla, por la mesa, por el placard, por las cachetadas en la cola, por los tirones de pelo, por las manos atadas, por la boca tapada. Vero se pondrá colorada, sentirá ese calor tan particular subiéndole por el cuerpo bajo el traje sastre, sentirá una catarata entre las piernas, se rozará un pezón pretendiendo casualidad, le escribirá a Walter que es un hijo de puta, le dirá que no tiene idea del desastre que acaba de generarle bajo el pantalón, levantará la vista para ver que son las dos de la tarde y todavía no hizo nada de lo que le encargó su jefe, y le responderá que sí al último comentario de Walter.
Él atrasará su horario de almuerzo, avisará que saldrá para volver a las en punto, y tomará el primer taxi que pase por la puerta. Llegará al departamento de Vero, y cumplirá con su promesa de cogerla desde la puerta hasta el dormitorio, sin levantarla del piso. 

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