16 de mayo de 2011

a propósito de "Mesa para ocho" (Cap. 4)

Matías y Vale hace bastante más de dos años que están juntos. Hace un tiempo que las cosas ya no son como al principio. Ahora todo es más premeditado. Ahora todo es más cuadrado, más lineal, más planificado, más aséptico, más sintético. Todavía falta un rato largo para que lleguen los invitados, pero la cocina ya está limpia, la mesa está puesta, la heladera tiene la comida presta para que sólo sea necesario sacarla, darle un golpe de horno, y servirla. Entrada, plato principal y postre. Todo listo, todo lindo, todo rico. Como siempre. Por cosas como esta es que las reuniones son en casa de Mati y Vale. Es por eso que todos se sienten tan bien cuando los visitan. Es como vivir en un hotel, pero con amigos. Se disfruta, se siente cómodo. Excepto porque Matías y Vale hace rato no se miran como Matías y Vale. Los últimos encuentros no fueron como los primeros, como cuando Vale hacía incomodar a su chico tocándole el culo delante de todos, o cuando él le agarraba las tetas y las hacía hablar para divertir a los invitados. Hace muchos encuentros que el servicio va mejorando cada vez más, y ellos se acercan cada vez menos. Sus amigos lo hablaron con él. Su amiga lo habló con ella. Está todo bien. No pasa nada. Sólo está cansado de la lógica del día a día. Sólo está cansada de esperar lo que se supone alegra el día a día.
Matías está viendo el partido del sábado en el living. En el baño, Vale se depila lo que no pudo el viernes. Suena el teléfono en el entretiempo. Mensaje de Andrés. Dice que está muy enfermo, no puede levantarse. Pide las disculpas del caso. Promete visita la semana siguiente junto con Caro. Suena el teléfono en el baño. Nati suspende. Surgió algo con Seba. Las cosas están complicadas. Vale lo sabe y no se anima a recriminarle nada a su amiga de toda la vida. Ella, piensa, todavía tiene la chance de arreglar sus cosas. Suena el teléfono en la pieza. Walter cancela. Tiene dos botellas de vino, un kilo de helado y a la negra en bolas en la cama, con unas ganas de coger que no admiten  explicaciones. Matías lo manda a cagar, pero sabe que el lunes van a ir a jugar al fútbol y todo será como siempre.
Vale apaga la depiladora. Matías apaga el televisor. Es temprano todavía. Es una buena ocasión para volver al principio, a hacer las cosas como si fuera la última vez. Vale pasa desnuda junto a la cama, y se acuesta. Matías ya se durmió, y vaya a saber con qué estará soñando, porque tiene la pija a pleno bajo la sábana. Vale se aferra a esa erección como quien se aferra a los recuerdos de un pasado que siempre fue mejor. Se duerme hundiéndose un par de dedos entre las piernas.
Mañana habrá tiempo de guardar cada cosa en su lugar.  

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