29 de marzo de 2011

a propósito de "Keep the change"

No diría conmovida, pero si perturbada. La conozco desde hace mucho tiempo, y puedo darme cuenta cuando ella está fuera de su propio eje. Así llegó esa tarde. Al abrirle la puerta, intenté darle un beso que nunca llegó a destino. Fue a sentarse directo en el sillón. Ni siquiera se quitó el abrigo. Cruzó sus piernas, y podría jurar que las apretaba como asfixiándolas. Le pregunté si estaba todo en orden. No me contestó. Insistí preocupado.
- Si pasa algo, tenés que contarme- le dije.
No, no pasa nada – me respondió sin levantar la vista del piso.
- Sabés que no te creo, y me estás poniendo mal – continué.
Recostó su cuerpo sobre el respaldar del sillón, lo que me permitió ver sus manos entrelazadas, apenas apoyadas sobre su falda. Me senté junto a ella, me acerqué a su lado, y dándole pequeñas caricias en el pelo volví a preguntar.
- Vamos, contáme qué pasó.
- De verdad, no es nada- fue nuevamente su respuesta.
A esta altura, lo que para mí era una sensación, una sospecha, se había transformado en un hecho. Algo sucedió de camino a mi casa, y ella no quería o no podía compartirlo conmigo. Luego de unos segundos de silencio, en los que traté de idear alguna fórmula para romper con su silencio, habló.
- El taxista- murmuró.
- ¿Qué pasó con el taxista?- le pregunté exaltado.
- Nunca me pasó antes – dijo con la voz quebrada.
- ¿Qué te hizo el taxista? ¿Pudiste verle la cara? ¿Dónde tomaste el taxi? ¿Pudiste ver el número? ¿Qué te hizo? ¡Vamos a llamar a la policía ya mismo! – grité mientras me levantaba de un salto en busca del teléfono.
- No, no. El taxista no me hizo nada. Fueron sus ojos – me dijo mientras se miraba las manos y sus piernas se separaban, relajándose cuan largas eran.
- No entiendo ¿qué te hicieron sus ojos? – contesté tratando de encontrar alguna lógica en su respuesta.
- Sus ojos. Nunca me crucé con una mirada así. Ni siquiera pude ver su cara. Ni siquiera me detuve en el color de su pelo. Ni siquiera recuerdo su voz. Sólo sus ojos. Esos ojos- insistía mientras su mano derecha acunaba a la izquierda, inmóvil.
- Sigo sin entender – le dije.
- Subí al taxi para venir. Me preguntó hacia dónde iríamos. Le contesté, y mientras le daba tu dirección, levanté la mirada para verlo por el espejo. Nunca debí hacerlo. Sus pupilas me amordazaron. Sus pestañas se enredaron en mis piernas, el azul profundo de sus ojos me ahogó. No volví a escuchar su voz hasta llegar acá, pero sus párpados me hablaron todo el tiempo sin parar. Me hicieron sonrojar, me indagaron, me acariciaron, me llevaron lejos, me llenaron de calor, me abrazaron, y no pude más que sentirlos en mí – me contaba, exaltándose cada vez más.
Pude notar cómo la respiración se le aceleraba, y bajo su blusa, el pecho comenzaba a batirse al ritmo del corazón. Sus piernas volvieron a cruzarse, contrajo sus manos y las apretó contra sus pechos.
-   Y que pasó? – le pregunté intrigado.
-  Llegamos juntos, le pagué lo que me dijo, y se fue como si nada. Yo aún lo tengo entre mis dedos – suspiró.