2 de marzo de 2011

a propósito de tus "Ordalías del cuerpo"


Ya me convencí de que es hora de estar durmiendo. Hace rato debería haber fundido la oreja contra el colchón, no contra la almohada, para poder sosegar el día y hacer las pases con la noche. No puedo. Por eso escribo. Ahora con casi tres kilos de energía eléctrica serpenteando sobre mis bolas. Con los dedos bailando sobre una pista de mosaicos plásticos, bamboleando el plano con cada pisotón sobre este ABC de madrugada.
La calle está acá cerca, aquí debajo, al alcance de la mano. Con sólo estirarme podría abrir la ventana, levantar la persiana, asomar el cuerpo, parar el tiempo, escupir el paso, volver a entrar y hacer de cuenta que aquí no ha pasado nada. Pero por la calle pasan voces, montadas en risas envueltas en dientes. Dicen que Ja Ja Ja!, que Buahhh!, y que “dale! Beso!”. No puedo dormir por más convencido que esté, si mi remera puede sonreír aún después de una semana de incansable trajín nocturno por pesadillas, nubes, mosquitos, llantos y uñas apretadas.
Más cerca que la calle, están las señales. Todo el tiempo caminan por acá. Empezaron hace rato pero me tomé mi tiempo para elegir el asiento. Sepan disculpar. Recién llego. Acabo de volver del baño. Sigo recordándome sentado al inodoro, con el pantalón cubriéndome los tobillos, un libro de autor local frente a mí, una moneda de 25 centavos a un costado, un desodorante de ambiente dulce como el membrillo en el otro, y unas ganas tremendas de entender si las cosquillas en la panza seguirán ahí, subirán a juntarse con la presión pectoral, o surcarán las olas de mi sistema digestivo para explotar en un enorme reventón allá lejos y hace tiempo. Se me antoja una imagen de crítica cultural para el suplemento del jueves.
Este armario pretende ser lo más cercano a mi declaratoria de herederos. Casi todo lo que tengo está allí dentro. Hace días un hueco en la pared está cayendo por su espalda. Como gotas de concreto que lo están inundando, un tintineo de arena me pone en alerta exactamente cada dos minutos cuarenta y tres segundos. Dato al pedo si los hay, excepto cuando coincide en tiempo y espacio con el andar de las rajas que cruzan al pingüino sobre la mesa de luz. Creado para embeberse de alegría, jamás un vino le llenó el cuenco. Como mi perra que murió sin que un compinche le haga el claro. No era cáncer lo que la mató. Fue la ausencia.
Estaría dormido si por mi fuera. Hace rato. Hace tiempo. Para empezar de cero mañana, en un rato, ahora. Pero no. Un ballet de señoritas ha tomado por asalto esta habitación vacía, y me está carcomiendo el deseo de que sean una sola, despertándome de los recuerdos.

IMAGEN GENTILEZA DE MARO RIGOPOULOS