29 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. Parte 11"

Todos saben lo que hará Sisi. El chofer frena en la puerta de su casa, y sabe que Sisi subirá, se sentará detrás de él, pedirá silencio de radio, que lo lleve por el camino largo, y bajará la ventanilla a pesar del frío para sentir el aire en la cara. Sabe también que está cansado. El portero sabe que Sisi bajará del auto mirando el piso, que no levantará la mirada, que le tocará el hombro al pasar a su lado, y que irá directo al vestuario. Sabe también que no durmió la noche anterior. El técnico sabe que Sisi no hablará hasta finalizar el partido, que a pesar de no mirarlo, lo estará escuchando, y que espera que él le entregue la cinta de capitán, como cada vez. Sabe también que las pesadillas son cada vez peores. Sus compañeros saben que tienen que esperar a que Sisi salga del vestuario rumbo al césped para seguirle los pasos, saben que sólo tienen que asegurarse de que la pelota le llegue a los pies, y que no habrá conjuro mágico que pueda torcer el rumbo de este equipo de diez jugadores más Sisi. Saben también que Sisi es Sisi, y que pende de un sueño. Todos saben lo que hará Sisi. El único que parece no saber cuál es el próximo paso, es él mismo. Todas las veces.

27 de abril de 2011

a propósito de "Borrador" (un incipiente)

Tres casas más allá de la pulpería. Una cocina, un comedor, un dormitorio, una casa. Todo está junto. Todo es lo mismo. Puertas afuera, la letrina y el lavadero. Casi iguales. El rancho es tan chico que no entra ni la luz. Literalmente. Camilo y Rosa son ciegos. Los dos. Ella de nacimiento. Él de tristeza, dice. Rosa no le cree, se enoja y resopla cada vez que lo escucha decirlo. Cuando ella se da media vuelta, él explica que se cansó de contarle a Rosa lo que veían sus ojos. Dice que los ojos se le apagaron solos para caminar de la mano de su mujer. Dice que no es justa tanta vista para uno.

26 de abril de 2011

a propósito de "Nudos en el pañuelo"

Hace sólo cinco minutos estuvo pensando en qué hizo 5 minutos atrás. Ayer, a esta misma hora, trataba de recordar qué había hecho el día anterior. Siempre que intentaba una consulta a su memoria, le surgían sólo imágenes borrosas. Decidió tomar un café para aclarar las ideas. Entró al primer bar que se le cruzó, llamó al mozo, y cuando éste vino, vio en su cara un rostro familiar.
- ¡Qué tal! – le gritó – ¡Yo soy Miguel!
- Si – contestó cortante el mozo- ya lo sé.

25 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. Parte 10"


Sisi amaba a una mujer por la que haría cualquier cosa, excepto estar con ella. Pero también deseaba a una mujer con la que quería estar todo el tiempo, excepto cuando estaba con ella. Eran dos Sisi los que se debatían por el mismo amor. Aunque a veces, sólo a veces, lograban ser uno. Entonces, sólo entonces, cerraba los ojos y se abrazaba a su soledad.

20 de abril de 2011

a propósito de "las paces y los peces" (otro paréntesis de antes... o después)

En la cama seguía sólo yo, inquieto por dentro, pero con una apacible rigidez a la vista de quien pudiera  contemplarme. Ella se había despegado de mí, de las sábanas, de la cama, hasta creo que de ella misma. Si bien percibí que su cuerpo estaba presente en la habitación, en el mismo lugar de siempre, ella hacía tiempo ya no estaba ahí. Afuera las gotas se habían adueñado de la mañana, y ya todo era olor a humedad, a tierra mojada, a burbujas de agua dulce.
-Estás despierto - me dijo con su voz entremezclándose con la música de Aristimuño que seguía decorando la habitación.
-No, no estoy despierto.
-Sí, estás despierto.
-¿Cómo podés saberlo? - le contesté disparando en voz alta lo que me preguntaba a mí mismo.
-Porque estás respirando distinto a como respiras cuando dormís - me contestó con tono de especialista.
-¿Cómo podés saberlo? Si no estás acá - le dije sin esperar respuesta.

19 de abril de 2011

a propósito de "Abula"

Los ojitos son parecidos. El pelo se le hace rulos en las puntas. Eso es igual. Si mira a su mamá a los ojos, es casi la misma mirada. Cuando sale corriendo hacia el arenero, ella se anima a preguntar cómo se llama. El nombre ni siquiera suena similar. Comenta que sorprende lo contagioso de su risa. La madre le sonríe y se levanta. Ella no. Sentada en el mismo lugar, se queda a esperar que la alegría perdida aparezca nuevamente en los próximos ojos, en la próxima risa.

18 de abril de 2011

a propósito de "Cambio de hábitos"

Ni siquiera pudo sacarse los zapatos. Entró al departamento exclusivamente para desplomarse en el sillón, dejando sus pies colgando del apoya brazos. Cerró los ojos y trató de no pensar. No pudo. Se movió milimétricamente para acomodarse en la huella de los almohadones, la que fue formando a fuerza de repeticiones continuas y constantes: volver todos los días a la misma hora para hacer exactamente lo mismo.
En el bolsillo del pantalón le suena el celular. Le taladra la calma, el aviso. Lo deja sonar, y lo imagina encerrado en el baño, sonando bajo la ducha de agua fría, hasta que se calme. Eso hubiese hecho si sirviera de algo. Pero cree que la tranquilidad puede estar sólo dentro de su cabeza. Afuera, no hay relajación alguna.
Durante el viaje de vuelta desde el trabajo, siguió hilvanando una idea de la que hacía ya varios días venía  marcando los puntos fundamentales. Pensó en compartirla con sus compañeros, pero prefirió ahorrarse sus burlas, o su conformismo. No quiere seguir pensando ahora. No puede. Sigue pensando de todas formas.
Cree que a veces, en determinado momento, uno tendría que salir a la calle, cuando cada uno lo considere, sin dar explicaciones ni pedir permisos, a fin de salvaguardar la solidez de sus bolas y su cabeza. Considera que la existencia de tal posibilidad conllevaría, claro está, un altísimo grado de compromiso y responsabilidad, a fin de evitar que sea uno mismo el que utilice tal recurso con total impunidad y ausencia de ética. Un día como éste, por ejemplo, se hubiese levantado rumbo a la puerta de calle, y de allí vaya uno a saber hacia dónde. Sólo dejaría que un pensamiento lo acompañe: "Culiau, que bueno está para mandar todo a la concha de su madre".

15 de abril de 2011

a propósito de "la crisis de los pantalones" (un recortito)

(...) Dos paradas después de que encontró un asiento en el colectivo, subió un viejito, canoso y encorvado, con pinta de abuelo rezongón. Llamaba la atención el saco que traía puesto. Color gris, con algunas manchas en la solapa y deshilachado en los puños, quedaba en composé con la barba que le cubría la parte baja del mentón. El hombre se acercó a Wenceslao, le pidió permiso y  se sentó junto a la ventanilla. Luego de 20 minutos de viaje, lo miró y le dijo: “Pibe, ¿Qué me decís de la crisis?”. Justo cuando Wenceslao cerró los ojos y agachó la cabeza armando la peor de las puteadas en su cabeza, el viejo siguió: “Es un invento, pibe. La crisis es un invento”. Wenceslao lo miró atónito, y antes de que pudiera meter bocado, el viejo continuó: “¿Sabés lo que pasa? Acá la gente no tiene de que quejarse, y se queja. No saben lo que es vivir, entonces buscan algo para justificar su ignorancia. Por ejemplo, en mi casa, un día como yo, y otro día come mi perro. Eso es democracia". (...)

13 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. Parte 9"

Poco a poco, y sin darse cuenta, Sisi comenzó a buscar el alivio de la compañía en perfectos desconocidos. Sisi se sentía cómodo siendo él un perfecto desconocido. Lograba, de esa forma, rescatar sólo lo mejor de las personas. Eso, pensaba, que hemos de mostrar al otro antes de que acepte cruzar el umbral de nuestras realidades personales.
Mientras nadie tenía noticias de Sisi, los integrantes de un club de jubilados, una secta de jugadores de ajedrez adictos al jugo de limón, el guardia voyeurista de un edificio y una déspota bibliotecaria se habían convertido en su círculo íntimo de confianza. Sin embargo, cuando Sisi se percató de que con el transcurrir de los contactos sus perfectos desconocidos abandonaban paulatinamente esa condición, decidió desaparecer nuevamente dentro de su soledad. Fue la misma mañana en que se cruzó con esos ojos.

11 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. Parte 8"

Sisi jadea, respira profundo y entrecortado. Se despierta de un salto. Está asustado, temeroso. Hace fuerza para no volver a dormirse. Reza para no volver al mismo lugar.
Sisi siente que un profundo agujero negro está abierto en su interior, y absorbe cuanta sensación se le cruce por la mente. Sisi no entiende por qué, pero sabe que sus sueños dejaron de ser las aventuras del principio, de las que trataba de recordar hasta el más ínfimo detalle.
Ahora Sisi teme volver a dormirse, y teme aún más por la incertidumbre de cómo será el despertar. Sisi jadea, respira profundo y entrecortado. Se despierta de un salto, justo cuando la pelota surca el aire, y puede verla llegar.

8 de abril de 2011

a propósito de "Rollos de 36"

Dijo el escritor de notas al pie: "El rollo es que a medida que crecemos, nos parecemos cada vez menos a nosotros mismos. Más nostálgicos que sensatos, revolvemos cajas y álbumes, revisando fotos de años atrás, asombrados de esos rostros inocentes. El problema es encontrarnos inevitablemente forzando recuerdos, y obteniendo sólo instantáneas. Pero el verdadero culo, es que terminamos pidiendo limosna de esos recuerdos a quienes nos acompañaron en el camino. Ellos, aún los más dadivosos, nos pueden refrescar la memoria, pero no traen de vuelta las sensaciones".

7 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. La Caída"

- ¡Ey! ¡Estos la hacen bosta!- pensó Sisi Varela a los pocos segundos del primer tiempo. 
Pero no sólo lo pensó: lo sintió, lo sufrió y lo dijo. La frase fuera de su boca retumbó como una explosión en un galpón abandonado. El grito desairado de Sisi pudo escucharse discurriendo entre los alaridos de las miles de gargantas que alentaban al equipo de sus amores. Sus palabras derrotadas tironearon de la camiseta a todos sus compañeros, e incluso a sus adversarios. Dos, tres, cuatros toques y un pique en profundidad habían derrotado precozmente al héroe, al mejor, al abanderado de las esperanzas en el Atlético. Sisi había claudicado en el momento cumbre de su destino. Había silenciado el corazón de quienes creían que él, con su sola condición de ídolo, había regresado del más allá, de la misma gloria, y ahora, conociendo el camino, hacia allí los llevaría. Pero Sisi Varela hirió de muerte a su carrera, por saber manejar sus piernas, pero no su lengua. 

6 de abril de 2011

a propósito de "Graffiteros" (una intro)

“Te voy a romper el culo”. El mensaje tomaba cuerpo en plena avenida, a la vista de todos. Casi como parte del paisaje urbano, un detalle mas en la composición de una postal de la ciudad. “Te voy a romper el culo”. Categórico, simple, directo, prácticamente políglota. Un acierto del lenguaje tatuado en el armazón de hierro donde alguna vez se encontró un teléfono público. Aquel espacio que en tantas ocasiones sirvió como canal para las comunicaciones, era ahora él mismo el mensaje. Casi podía decirse que aquel viejo armatoste era el que gritaba “te voy a romper el culo”, cual anciano senil, que ya sin dientes ni pantalones agitaba un puño al aire, para darle al tiempo una última estocada: la del orgullo.

5 de abril de 2011

a propósito de "las paces y los peces" (un otro momento)

En otra ocasión hubiese recibido una catarata de argumentaciones refutando mi teoría, analizando la situación desde todos los ángulos posibles, para luego tener su cuerpo encima del mío sacudiéndome y llenándome los brazos de besos, la cara de lengüetazos y el cuerpo de sexo, nada más que para demostrar que no era cierto que ella ya no estaba allí. Así nos conocimos, y así nos vivimos. Hasta esa temporada de días en que prefería estar siempre dormido. Días en los que pensaba que ella hacía tiempo estaba ausente aunque estuviese en frente mío. Días en los que ella no corría a llenarse de sexo y canciones conmigo. Días en los que Aristimuño y las gotas y el aroma y las sábanas y la brisa.

- Está lloviendo -, le dije.
- Sí, llueve - me contestó desde la distancia.
- Contáme de la lluvia - le pedí, mientras mantenía mis ojos cerrados.
- Es una interminable cortina de gotitas - me dijo en voz muy baja.
- Me gustaría estar corriendo descalzo por el cordón de la vereda, pateando el agua que corre - dije pensando, otra vez, en voz alta.

Nuevamente me contestó el silencio.

4 de abril de 2011

a propósito de "Levántate, Sisi. Parte 7"

Sisi se levanta del inodoro para pasar al bidet. En el camino resbala una mano en un borde, y el cuerpo se le desbanda sin control. La sien da de lleno en la bañadera, y la cara rebota contra el piso. Un hilo de sangre sigue el desnivel, en busca del desagüe. La puerta entreabierta deja colar el chillido de un tango en la radio y el aviso de la pava de que el agua hirvió hace rato.
Sisi no se mueve. La sangre corre y rodea al mate que hace instantes estaba en su mano. Sisi abre un ojo, como puede levanta un brazo y se toca la herida. A duras penas se pone de pie, para volver al bidet, y lavar sus culpas.