3 de junio de 2011

a propósito de "Temas en la radio"

Ludovico no puede dormir. La memoria le pesa en la espalda. Hace rato está dando vueltas en la cama, y ese aroma lo tiene agarrado de los pelos. Quiere dormir y esa voz le sigue pellizcando los cachetes mientras se muerde la lengua. No puede seguir un día más sin haber descansado el cuerpo por culpa de su cabeza. Tarde o temprano va a caer bajo un auto o sobre una moneda de veinticinco centavos.
La cara se le hunde en una almohada que es tan alta como los jadeos en su oído, y tan baja como las pretensiones ignoradas. Ludovico necesita volver a dormir después de días, de horas, de momentos, de situaciones, de menciones, de acciones, de desapariciones, de gestiones, de cuestiones, de reacciones, de emociones. Las piernas no van a responderle cuando las asiente en los pies fríos si no duerme. Los brazos no se moverán cuando los empuje a las manos para lavar esas lagañas que son fósiles de lágrimas.
Si tan sólo pudiera pestañear y hacer que ella caiga, que se suelte, que ruede, que vuele, que explote, que simplemente sea polvo de estrellas en suspensión. Pero no. Ella se aferró a sus labios. Le clavó los dientes en el cuello. Hizo de su piel su guarida. Ató su perfume a la punta de su nariz. Enredó sus dedos en los de Ludovico, y los pegó con su esencia, con su fuerza, con su razón de ser.
Ya va a salir nuevamente el sol, y ella volverá a desaparecer. Sólo por un rato. Hasta que Ludovico necesite dormir. Hasta que los párpados se le caigan sobre las rodillas, y camine pateándolos por la calle, y pretenda volver a descansar, con la memoria abrazada a su espalda, diciéndole que ese será para siempre su refugio.

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