19 de junio de 2011

a propósito de "La demolición"

Aún no sabe cuándo. No puede pronosticar si será pronto o dentro de un tiempo, si será hoy o mañana. Ahora que lo piensa, se le ocurre que hasta pudo haber sido ayer, o antes de ayer, o antes. Ni aunque se sentara a pensarlo durante horas en continuado lograría dar con el momento exacto. Es imposible saberlo. Ni siquiera el más resuelto estaría capacitado para poder hacerlo. Convencido de esa infranqueable limitación, opta por concentrarse en lo que sí está a su alcance: la acción.
Ya sabe cómo lo hará, pensó en la más aceptable de las opciones, trató de cerciorarse de que no queden secuelas, y hasta incluso fantaseó con salir ileso. Lo repasa todo el tiempo, mide los pasos, chequea los recursos, y confirma los resultados esperados cada vez que cumple con el simulacro.
Está seguro de que un día, en algún momento, conciente o inconcientemente, dejará de alimentarse con palabras. Dejará de fortalecerse y mantenerse con vida por el lenguaje. En ese momento, sabe, se desmoronará definitivamente. 

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