13 de junio de 2011

a propósito de "El orden establecido"

Tirado todo a lo largo en la cama, me miro mientras acomodo la ropa en el placard, y me doy más fiaca todavía. Mientras trato de poner todo en su lugar o de dar, al menos, una cierta uniformidad al brote de remeras que cae por las puertas corredizas, me hecho en cara la pachorra. Podría hacerlo, y lo sé. Tranquilamente podría levantarme y ayudarme a hacer de este espacio un lugar más habitable, pero no va a ser hoy. No va a ser esta la ocasión en que me dé una mano para seguir descansando después de hacer nada, porque prefiero que las remeras de salir no se mezclen con las camisas de trabajar que están enredadas con las camisetas del fútbol que están envueltas en los buzos de dormir. Y eso sí que podría hacerlo sin problema. Es, incluso, lo que voy a seguir haciendo si me dejo de joder con el ruido de las puertas de madera de acá para allá. Voy a descartar la memorabilia de mi adolescencia, porque el álbum ya está lleno y no le entra más nada. Mientras le doy un par de puñetazos a la almohada para acomodarla a mi cabeza, pienso en qué prendas voy a dar de baja para poder renovar el mobiliario. Ésta, ésta, ésta otra. A ésta quizás me la quede. Esa sí, no se me ocurra tirarla. No las voy a tirar, no sé de dónde saco esa idea. Mejor así, no se me vaya a cruzar por la cabeza. A ver: hasta acá voy a hacer. Más o menos ordenado quedó. Me parece bien, mañana veo el tema zapatos, uno de los dos pares pares está impar, y tengo que solucionarlo. Yo, por lo menos, no pienso mover un dedo mañana, así que yo tendré que ver si lo hago. En fin, ya veré. Ahora, por lo menos, prefiero destaparme un poco y prender la luz, que ya es hora de empezar a dormir un poco. 

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